Con un caracol en el bolso...

El otro día, entre las hojas de la coliflor eco que compró nuestra humana para su cena , encontramos a un polizón: un caracol de huerto que, sin beberlo pero sí jalando en exceso, había aterrizado inesperadamente en la ciudad. "¿Dónde estoy?", me preguntó. "En la cocina de mi casa", le respondí. Y no me digáis cómo pero os aseguro que noté claramente que al recibir aquella noticia sus cuernos desorientados dibujaron una inequívoca expresión de pena y decepción en aquel baboso rostro. Vamos a ver, que en realidad aquel bajón era algo normal, ¿eh?, que el pobre acababa de perder todo su mundo conocido: su húmeda parcela, su prolífica familia, su sabrosa hilera de crucíferas... Y en unas circunstancias así, ¿qué menos que echarle una pata? Así que le ofrecí una caja de infusión bien acolchada con hojas tiernas a modo de refugio mientras le juraba por lo más gatuno que ni se me había pasado por la cabeza comérmelo (bueno, a lo mejor sí, pero solo por un instante y eso porque estoy a dieta desde el verano y la comida es comida pero luego me fijé en su cuerpillo resbaloso y blandengue y ¡puaj! ¿Para qué?) y me comprometía a encontrarle un nuevo hogar. Y digo yo: ¿esto de erigirme sin pensármelo dos veces en rescatador de caracoles perdidos tendrá que ver con la empatía? ¡A saber!

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Caracol-col-col, sacaste tus cuernos e inspiraste este post...

Para muchos no es más que una locura pero según la R.A.E., la empatía puede ser definida como un sentimiento de identificación con algo o con alguien o la capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos y la verdad es que las circunstancias de aquel desubicado caracol, a pesar de ser un ser totalmente distinto a mí, me tocaron la patata porque ¿y si algún día yo me encontrara tan desorientado y perdido como él? ¿No sería de agradecer que alguien o algo me ofreciera un refugio temporal y un poco de ayuda hasta salir del bache? ¿Acaso no tenemos todos los seres vivos y sintientes derecho a recurrir al comodín del público empático? Y hasta aquí voy a leer al respecto, que reflexionar es de sabios y ahora lo de darle a la rueca os toca a vosotros.

Pero bueno, dejando de lado los futuribles y las meditaciones y volviendo a la historia de Perejil 2 (que Perejil a secas fue otro caracol llegado en una lechuga que vivió muchos meses en las plantas de nuestra otra casa), no penséis que encontrarle una nueva ubicación a nuestro amigo de campo en plena urbe ha sido algo sencillo. Menos mal que al final, después de recorrer e inspeccionar jardines, parques, macetones y parterres, parece que conseguimos encontrarle un rincón fresco, frondoso y asalvajado bastante digno y protegido al que nuestra humana le llevó el otro día metidito en su bolso. ¡Buena suerte, caracol-col-col! Y que saques tus cuernos muchos años al sol. ¿O no sabéis que los caracoles pueden vivir hasta dos e incluso tres años? Aunque, bueno, esa ya será otra historia, quizá protagonizada por Perejil 3, otro caracol superviviente recién llegado a casa en un verde pak choi que tenemos alojado provisionalmente en otra cajita de té.

Aviso para GATOnautas. Hablar de caracoles es hablar de babas. Y, hablando de babas... ¿Sabíais que el ptialismo o salivación excesiva en gatos puede deberse a muchos motivos? Nauseas, dolor,  infecciones orales, estrés, puro placer... Aunque sin duda uno de los motivos más efusivos y llamativos es la reacción a la toma de medicamentos: ¡pura efervescencia espumosa al contacto con el jarabe o la pastilla, je, je! ¿A alguien le pasa? Sea como sea, por si os interesa tenéis más info sobre el babeo gatuno en ¿Por qué mi gato babea? vía Promiau. Mi territorio de salud. ¡Ronroneos!

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