El manantial...

El gato está agotado, exhausto, derrotado. No puede dar ni un paso más. Lleva muchos días perdido en aquel terrible bosque, cubierto de miedo, de heridas y de penurias y ha decidido que ya está bien y por eso, en mitad de un claro cualquiera, deja que su cuerpo se derrumbe mientras acepta que un golpe seco, amortiguado por las ramas acidas y por la hierba, es un buen final para un ser como él: abandonado, vacío, invisible... Y la luna, asomada al claro, lo ve todo mientras ilumina con sus lágrimas de luz tenue la triste escena.

Casualidades o destino, otro gato, uno muy viejo, pasa por el claro canturreando instantes antes de que el corazón del primero se pare del todo. Su caminar achacoso pero tranquilo viene acompañado por el murmullo alegre y chispeante de un riachuelo que brota y es ese rumor combinado de pasos y agua el que devuelve a la vida, sentido a sentido, al gato que se estaba dejando morir.

-¿Oigo agua?

-Puede ser porque justo ahora vengo del manantial.

-¿Del manantial?

-Sí, ese cuyas aguas lo curan todo.

-¿Todo?

El gato roto mira fijamente al gato viejo, un ejemplar tuerto, cojo y con la cola torcida al que le faltan un buen cacho de oreja y un par de colmillos.

-Eso de las aguas sanadoras son paparruchas, abuelo. Tu aspecto demuestra que ese manantial no cura nada de nada. ¡Pero si prácticamente te caes a pedazos!

-Es que el manantial no borra el pasado ni sus huellas, jovenzuelo. Pero un lametazo a sus aguas aplaca el desaliento y convence de que seguir adelante merece la pena. Y si no me crees, párate un segundo y dime: ¿quién estaba tirado en mitad de este claro dejándose morir cuando solo un poco más adelante tiene la fuente que apagará su sed?

-¿Un poco más delante, dices?

-Sí, justo detrás de esos árboles. ¿Te ayudo a llegar?

-Pues estaría muy bien no estar solo un rato.

-¡Fantástico! Y así, si quieres, puedo contarte cómo perdí la oreja.

-Como desees, viejo.

Solo han pasado unos minutos pero la escena que ilumina ahora la luna en aquel claro del bosque ha cambiado radicalmente. ¿O jamás os habéis parado a pensar en lo bonitos y refrescantes que son los comienzos de una buena amistad?

Leo, un gatazo ciego y con pasado, buscando su manantial especial con ayuda de La Gatera.


¿La moraleja de hoy? Nunca pierdas la esperanza y nunca tires la toalla. Incluso donde y cuando menos te lo esperas puede que aparezca alguien dispuesto a ayudar, a apoyar, a acompañar.

Y después del cuento, llega el momento de la presentación. En la foto tenéis al precioso Leo, un gatazo rubio en adopción con la protectora La Gatera que desarrolla su labor en la zona de Madrid/Segovia. Entre las secuelas de su pasado tenemos que es ciego y que un atropello le provocó dos fracturas de cadera de las que ya está recuperado pero que nadie se asuste por esto porque Leo hace vida totalmente normal. Lo que necesita ahora este grandullón es un manantial del que beber, uno que sacie su sed, uno que le convenza de que seguir adelante merece la pena. ¿Alguien que pueda ayudarle a encontrarlo?

Aviso para gatonautas: Si queréis saber más sobre el estado de Leo, convertiros en su padrino/madrina o donar puntualmente para colaborar con sus gastos, os recomendamos que contactéis directamente con la protectora porque este grandullón necesita mucha energía positiva. ¡Ronroneos!

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