¿A qué huelen los gatitos?

El alegre tintineo de la campanilla en la puerta de acceso advirtió al perfumista de que alguien acababa de entrar en su tienda y, feliz como niño con zapatos nuevos, levantó su vista del libro de fórmulas y recetas que le tenía tan absorto para localizar al nuevo cliente.

-¡Ah! Está ahí.

Se trataba de una mujer de mediana edad con aspecto cuidado y agradable pero con una mirada apagada y una expresión entre cansada y desorientada que hacían daño. ¡Demasiado dolor! Solícito y con ganas de ayudar, el hombre dibujó en su cara arrugada la más dulce de sus sonrisas al tiempo que volvía a dirigirse a ella con estas palabras:

-Buenas tardes tenga usted y bienvenida a mi tienda. ¿Puedo ayudarle en algo?

La mujer, sobresaltada por la interpelación pero sobre todo sorprendida por lo jovial de la voz de aquel hombre tan mayor, se acercó al mostrador despacio y con sumo cuidado, intentando esquivar el sinfín de frascos, botellas, botes y jarritas de todos los tamaños y colores que abarrotaban el local. Y no, no es que los recipientes estuvieran desordenados, simplemente es que había tantos que resultaban demasiados.

-Tiene usted un local muy... interesante pero en realidad no busco nada, solo pasaba por la calle y al ver la puerta he sentido curiosidad. ¿Me permite echar un vistazo?

-Por supuesto. Pero ¿en serio solo quiere mirar? Esos ojos tan tristes me indican lo contrario. Usted está buscando algo y a lo mejor yo puedo ayudarle.

Tal era la rotundidad de las palabras del viejo que la mujer hizo un rápido repaso mental: llevaba el bolso, las gafas de sol, las llaves, el móvil... No, estaba claro que él se equivocaba y que ella no había perdido nada.

-No se moleste, buen hombre: seguro que lo llevo todo.

-Todo, todo, no -dijo el perfumista-. Se nota con solo mirarla que algo le falta. ¿Me permite usted que hagamos un experimento para comprobarlo? Es algo sencillo y no duele, solo tiene que acercarse y oler esto.

La mujer, a pesar de lo chocante de la tienda, del viejo y de la situación, acercó su nariz al frasco que le ofrecía extrañamente tranquila.

-¿Qué le parece? 

De inmediato, aquel aroma la embargó y se sintió transportada a otro tiempo, a otro lugar. Y volvió a ser una niña pequeña vestida con las botas de agua amarillas y el impermeable verde, chapoteando feliz y sin preocupaciones en los charcos de esa tarde de hace tanto.

-¡Por dios! ¡Qué real! ¿Qué es eso que me ha dado a oler?

-Es petricor, lo que solemos llamar olor a lluvia, uno de los más exitosos entre los clientes. ¿Le ha gustado?

-Ha sido... mágico.

Los ojos de la mujer ya no estaban ni tan tristes ni su expresión tan confundida. Se notaba que la experiencia la había reconfortado al permitirle reencontrarse con aquel recuerdo. Pero su dolor aún estaba ahí y por eso el perfumista, dispuesto a curar aquel corazón roto, destapó para ella montones de botellines y jarritas, repasando su pasado a golpe de aroma: césped recién cortado, salitre de la orilla del mar, sábanas recién puestas, noches de verano bañadas en jazmin, naranjas recién exprimidas,  páginas de un libro recién abierto, tarta de manzana con una pizca de canela... Olores y más olores maravillosos y evocadores, uno tras otro, reconfortantes, mimosos, cálidos, tiernos. Pero a esta clienta seguía faltándole algo, algo importante que no lograban encontrar. ¿Qué sería?

El viejo perfumista, excitado por el misterio, clavó sus ojos expertos en ella y, escudriñando su alma, por fin dio con lo que buscaba.

-¡Ah! ¡Así que era eso!

-¿Perdone?

Tras rebuscar entre los botes guardados en un cajón, el viejo encontró lo que ella necesitaba: un botellín pequeñito que destapó con sobrada destreza para, acto seguido, acercarlo a su nariz.

-Usted necesita oler esto.

Y la mujer volvió a oler y por fin sintió lo que necesitaba sentir embargada por aquella fragancia inconfundible, una mezcla de leche, sueño, pelo tibio, suavidad, mucha vida, ganas de saltar, travesuras, dientes nuevos, confianza, pienso, largas siestas, risas, acrobacias, cariños, elegancia, zarpas, juguetes, mordisquitos, enganchones y ronroneos. Toda una vida junto a su gata desde que la adoptó siendo bebé. Y por fin el dique se rompió. Y las lágrimas, esas bonitas que curan, brotaron a borbotones mientras su corazón volvía a sonreír.

congatos gatitos
Los hijos de Menta, en adopción con la protectora Happy Cats de Burgos.

-¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo ha sabido a qué olía mi gata? 

-Es este un olor muy especial, justo el que usted necesitaba para sanar esa herida tan profunda y para pasar página. Es olor a gatito.

-Pero ¿a qué huelen los gatitos?

-Eso solo el que los ha olido alguna vez y lo ha hecho con amor lo sabe. Lamentablemente, mi fórmula es un secreto y no puedo compartirla.

-¿Y puede decirme cómo pretende que siga viviendo sin ese olor que daba por perdido pero que necesito como el aire?

-Seguro que encontrará la manera de recuperarlo. ¿O acaso no está lista para volver a sentir, a vivir, a compartir, a amar?

-Gracias por todo, buen hombre. Me ha ayudado mucho pero ahora tengo que irme. ¿Le debo algo?

-Nada, simplemente sea feliz y yo me daré por pagado.

-Pues gracias, gracias, gracias. 

Y así fue como aquella mujer de aspecto agradable y ahora con una mirada chispeante y una expresión decidida salió de la tienda en dirección al albergue de la ciudad con la idea de adoptar a un gato o a una gata o incluso a los dos. Y se marchó dejando tras de sí un delicado pero intenso perfume de ilusión y de nuevo comienzo junto al alegre tintineo de una puerta que, como un capítulo vital, se cerraba tras ella.

Y ronroneo ronroneado, este Cuento Con Gatos se ha terminado.

Aviso para GATOnautas: Si os animáis a oler para siempre a alguno de los pequeñines de la foto, contactad directamente con Happy Cats Burgos a través de sus redes. ¡Ronroneos!

Comentarios