-¡Que no! ¡Que no pienso marcharme!
-Tienes que hacerlo, gato. Y tienes que hacerlo rápido. No queda demasiado tiempo.
Un calor cada vez más insoportable, un intenso olor a humo, una lluvia de pavesas y aquel fulgor ígneo iluminando la noche no dejaban lugar ni a la duda ni a la esperanza: el fuego ya estaba allí y el llanto crepitante del bosque en llamas era ensordecedor.
-Que no, que yo me quedo contigo.
-Yo no puedo moverme, gato, pero tú sí. ¡Aprovecha y sobrevive!
-¿Y de qué serviría? Vivir sin ti no tendría sentido.
-Saber que al menos tú tienes una oportunidad hará que mi muerte duela menos. Por favor, ¡huye!
![]() |
Siempre a tu lado, siempre fiel. Foto vía Pixabay. |
-Has sido mi todo desde que me acogiste siendo un canijo: mi refugio, mi consuelo, mi risa, mi abrigo, mi único lugar en el mundo. Y no, no pienso dejarte. ¡No pienso irme! Si este incendio es tu final también será el mío.
El árbol, conmovido por esas palabras con regusto a sacrificio, no puede hacer más que abrazar con sus ramas llenas de hojas a aquel gato cabezota y suave con el que ha compartido tantas brisas, tanta lluvia, tantos rayos de sol, tantas noches de luna y estrellas. Y os juro que si los árboles lloraran sin duda hubiera derramado alguna lágrima.
-Volveremos a vernos al otro lado, amigo.
-¡Siempre juntos!
Y así permanece, apretando al gato tan fuerte como le es posible, en un último intento vano pero hermoso por protegerle y en un último gesto de amor y de despedida, mientras las llamas, voraces y destructivas, lamen ávidas sus cuerpos entrelazados hasta terminar convirtiéndolos en un montón de cenizas eternas y en mil susurros arrastrados por el viento.
Semper fidelis...
Y ronroneo ronroneado, este cuento sobre una fidelidad más allá del más allá se ha terminado.
Comentarios
Publicar un comentario