Nuestras miradas se cruzaron y, sin buscarte, te encontré. Ojos ámbar. Ojos castaños. Y un parpadeo sincero y profundo que bastó para sellar un pacto y prometernos que compartiríamos la vida y que seríamos compañeros en ese viaje alucinante hasta los lindes más insospechados y secretos. Y aceptaste. Y acepté. Y desde entonces hasta el fin, en las risas espontáneas y en las lágrimas amargas, en lo bueno, en lo regular, en lo inevitable, en lo monótono, en lo imprevisible y en lo malo, todos, todos, todos los días que nos quedaran por vivir. Y los llenamos de suavidad, ternura, travesuras, compañía, juegos, protección, bailes, ronroneos, pureza, dulzura, lealtad, conexión, entrega y amor, tanto que creí que tu último latido, programado e ineludible, me desgarraría sin remedio y sería el preludio del último de los míos hasta que, entre incrédula y titubeante, comprobé que mi corazón seguía latiendo incluso después de que el tuyo se hubiera parado. ¿Seguir sin ti? ¿Para qué? ¿Cómo? Y en ese preciso segundo lo supe al revivir con ternura toda nuestra maravillosa historia de años condensada en un abrir y cerrar de ojos, esa que tras perder el rumbo seguiría marcando el devenir de mis pasos por siempre jamás.
![]() |
El mar. La mar. El mar. ¡Solo la mar! Foto de @carpomares. |
Hoy se cumplen dos años sin mi pequeño gran azul. Qué increíble, ¡dos años ya! Y a modo de caricia he querido compartir con todos los que le conocisteis y aprendisteis a quererle como el personaje encantador en el que se convirtió este pinchazo, esta punzada, este arañazo sutil. Porque es cierto que el dolor, aquel profundo y destructivo que marcó aquella durísima despedida, se ha adormecido con el tiempo mecido entre las amapolas del recuerdo pero también lo es que, como la energía, nunca, jamás desaparece, que solo se transforma y que en nuestras manos está decidir, para bien o para mal, en qué lo convertimos. Y en ello estamos.
Os dejo aquí el enlace a "La senda del tiempo", una canción del grupo pucelano Celtas Cortos que, casualidad o no, hoy ha estado rondándome descaradamente. Porque sí, aquel día de abril, mi niña interior, tras una mala racha, envejeció un poco más y de repente. Menos mal que, dos años después, he logrado contra todo pronóstico que se sobreponga y siga caminando aunque hoy lo haga un poco triste y con una lagrimita emocionada en sus ojos castaños teñidos para siempre del ámbar que marcó aquella primera y definitiva mirada y que lo cambió todo.
A veces llega un momento en que te haces viejo de repente
sin arrugas en la frente pero con ganas de morir.
Paseando por las calles todo tiene igual color.
Siento que algo hecho en falta, no sé si será el amor...
Comentarios
Publicar un comentario