Llevaban tanto tiempo juntos, gato y humano caminando como uno solo por los senderos de la vida, recorriendo desiertos, prados, bosques, montañas, valles y llanuras, disfrutando de la compañía, admirando los paisajes, compartiendo aventuras, enfrentando adversidades, aprendiendo el uno del otro, apoyándose mutuamente, viendo pasar primaveras, veranos, otoños e inviernos y sincronizando sueños, que casi no se dieron cuenta de que habían llegado no a otra bifurcación cualquiera en la que no importa demasiado si sigues hacia la derecha o hacia la izquierda, sino a la última y definitiva encrucijada. Y sin embargo, así era.
-Me temo que este es el punto donde nuestros caminos se separan.
-¿Tan pronto?
-En realidad, llevamos años caminado juntos.
-Si te digo la verdad, se me ha hecho corto.
-Pues han sido cientos de kilómetros. Quizá incluso miles.
-Miles de sentimientos. Miles de emociones.
-Sin duda, un viaje alucinante que siempre recordaremos.
Una pausa. Un parpadeo. El aleteo del ocaso.
-¿No podemos seguir juntos un poco más? Al menos hasta que amanezca.
-Acampemos aquí y que las estrellas y la luna sean testigos de nuestra despedida.
Y sentados en el suelo en mitad de una nada que para ellos lo fue todo, humano y gato compartieron una última noche hasta que la luz del alba rayó en el horizonte y, entre lágrimas y la luminiscencia juguetona de las últimas luciérnagas, cada uno siguió su propio camino.
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Sentados en el suelo en mitad de una nada que para ellos lo fue todo... Foto de autor desconocido. |
¿Por qué si estamos tan bien preparados para hacer especiales las bienvenidas se nos hace tan cuesta arriba convertir en maravillosos también los adioses? ¿Acaso no forman parte de la vida? No sé, quizá sea simple y vulgar egoísmo o pura incredulidad ante la posibilidad de tener que seguir solos un camino que durante poco o mucho tiempo compartimos con esos seres a los que quisimos, a los que aún queremos y a los que querremos siempre. Pero sea como sea, nunca olvidemos que el camino fue lo que fue y es lo que es gracias a ellos y que solo por eso estamos obligados a seguir adelante. Sirva este relato jalonado de miles de huellas pero sin nombre alguno como metáfora anónima de esos adioses que irremediablemente algún día tuvimos o tendremos que dar, que ya imagino yo que cada cual sabrá bien a qué encrucijada íntima y personal quiere dedicárselo...
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