El coleccionista de gatos

Cuando le vio salir por la ventana con su Sansón agarrado por el pescuezo no podía creerlo: había escuchado cuentos acerca de un ser que robaba gatos para coleccionarlos pero jamás había pensado que pudiera existir de verdad. Y sin embargo allí estaba, llevándose al suyo en mitad de la noche sin ningún reparo pero con una clara expresión de fastidio dibujada en su extraño rostro al sentirse descubierto.

No había tiempo que perder. Tal cual iba, en pijama y calcetines, el niño se plantó apresuradamente unas zapatillas y salió tras el intruso sin perder de vista a su angustiado gato. El pobre tenía cara de miedo y maulló asustado cuando el ladrón lo metió en un saco antes de escapar a la carrera. Sin dudar, el niño echó a correr tras ellos. Y dejó atrás su calle y su barrio y casi su ciudad hasta que, a las afueras de todo, volvió a ver al ser mientras se colaba por la ventana rota de un viejo almacén de aspecto ruinoso y poco seguro con su amigo a cuestas.

- Adentro. Todo por Sansón.

Una sala enorme diáfana y hueca le esperaba allí, pero ni rastro de su gato ni de dónde podía estar hasta que tras mirar con atención se percató del brillo de una tenue luz que surgía a través del ojo de la cerradura de una puerta diminuta camuflada en la pared del fondo, guardiana única, entre la luminiscencia fantasmagórica y un creciente rumor tejido con maullidos, gruñidos y ronroneos, de una sala atiborrada de gatos.

Los había de todos los colores, edades y sexos, un hervidero felino en el que colas, extremidades, bigotes y orejas se entremezclaban por doquier. Sin duda estaba ante el botín acumulado durante años por el extraño coleccionista que, entre iracundo y orgulloso, le miraba en pie desde el centro de la estancia.

- ¿Se puede saber qué quieres? ¿Por qué me has seguido?
- Quiero a mi gato: es mi amigo y no puedes quitármelo.
- Grrrrrrrrrrrrr... Es la primera vez que un humano llega hasta aquí y quizá eso merezca una oportunidad. Si reconoces a tu Sansón, podrás llevártelo.

El ser murmuró unas pocas palabras en un lenguaje gutural y antiguo y tras hacer un gesto con los brazos como si lanzara el ensalmo hasta abarcar la sala y rebotar por las paredes, todos los gatos allí presentes adoptaron la apariencia de su Sansón, idénticos unos a otros, igualitos, miméticos, exactos para que, allá donde mirara, el niño viera al suyo. Aquí. Allí. Más allá. Y allá también. ¿Cómo distinguirlo? Miró a todos los gatos desconcertado y confuso. ¿Y si no lo encontraba? Hasta que, de repente, su mirada se posó no en todos sino en uno en concreto, aquel arrinconado al fondo que sin decir ni miau no dejaba de mirarle con los ojos bien abiertos. Llamadlo casualidad, llamadlo corazonada o hasta conexión, pero ese era el suyo: allí estaba su Sansón. Y corrió a abrazarlo con la ilusión de aquel que reencuentra un tesoro.

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Ningún adulto es capaz de imaginar las confidencias, secretos y aventuras que son capaces de vivir los niños con sus gatos. ¿O quizá aún las recuerdas?

Lo último que escuchó antes de despertar bien arropado en su cama y abrazado fuertemente a su gato fue el grito escalofriante del ladrón mientras los falsos Sansones y el ruinoso almacén se convertían en humo...

- Sansón, he tenido un sueño rarísimo...

Y mientras el niño le contaba a su gato todo lo que recordaba, Sansón escuchó con ronroneante atención y ojuelos entrecerrados una historia que conocía bien porque no hacía mucho que acababa de ocurrir: era lo menos que podía hacer después de que el niño, que aún llevaba las zapatillas puestas, le hubiera salvado de aquel terrible ladrón de gatos.

Texto original publicado en Facebook @congatosloloco (15/11/2015)

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