La farola

Cae la noche, una cualquiera de finales de diciembre, mientras la oscuridad y el frío van en aumento y todo aquel que puede busca refugio. La primera estrella aparece en lo alto. Pero ella no la ve, solo camina. Lo hace acarreando con cuidado algo en la boca: su primer y único bebé. Y lo hace desde hace horas, hambrienta y agotada tras el parto pero sin descanso hasta que no encuentre un lugar seguro para los dos. ¿Será aquí? Segunda estrella. ¿Quizá un poco más adelante? Tercera, cuarta, quinta. ¿A la vuelta de la próxima esquina? El cielo ya es un auténtico tapiz. Pero más allá de su último paso, a pesar de su determinación, lo que encuentra es el desánimo tras enfrentarse a tantas puertas cerradas, a tanta injusticia, a tanta ignorancia. Y la gata, primeriza y sola, se derrumba. Su retoño se estremece en contacto con las baldosas heladas de una anónima acera y ella, madre recién estrenada, se acurruca lo mejor que puede en torno a su minúsculo cuerpo mientras derrama una lágrima. Juntos, hasta el último aliento.

Sincronizada con el drama felino, una farola antigua y cercana reacciona y alumbra la escena: gata y gatito tumbados en plena noche bajo el relente y los astros, tan tierno, tan modesto, tan cotidiano, tan triste. Y su haz de escasa luz anaranjada en cierta manera les acaricia, les cobija, tejiendo a su alrededor un tenue manto de protección con reminiscencias de tungsteno… Atraídos por la claridad y el ronroneo cariñoso emitido por la gata, cántico de consuelo dedicado a un incierto futuro, algunos ratones, unos de campo, otros de ciudad, se acercan curiosos, sabedores de que en el ambiente no flota peligro, solo amor y de que allí hace falta su calor. Y tras ellos, una pareja de orondas ratas que, más que generosas, ofrecen a la madre algunas exquisiteces que han encontrado en el contenedor de la basura porque hay que compartir. Un perro callejero, viejo y mil razas, se aproxima a la extraña troupe arrastrando una mullida caja de cartón, que su olfato le anuncia con claridad que se está forjando un prodigio al que hay que guarecer. Su llegada es seguida de cerca por una sorprendente cohorte de cucarachas y lagartijas cargadas de briznas de hierba y en formación de a uno que avanza al ritmo del arrullo urbano de algunas palomas noctámbulas mientras dos, seis, diez polillas dibujan arabescos imposibles sobre sus cabezas. Y llegan gatos sin hogar que cantan a la luna, patos del parque que regalan plumas, gorriones a saltitos con hojitas en el pico, arañas tejiendo ilusiones y murciélagos que, ignorando a los insectos, lo vigilan todo desde las alturas. Inverosímil grupo en torno al milagro de la vida, poco a poco más unidos, más juntos, logrando trocar el frío en pura emoción, logrando superar la noche y la helada. 

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Una farola antigua y cercana reacciona y alumbra la escena...

Al alba, la gata abre sus preciosos ojos y le busca: su gatito, ovillado junto a su barriga, sigue vivo y está mamando. ¿De verdad han sobrevivido? ¿Y qué fue de los ratones, el perro, los patos y las arañas? ¿Acaso fue un delirio, un simple sueño? Y entonces lo nota: que no tiene hambre, que no tiene frío y que está tumbada sobre un cartón mullido lleno de plumas, hojitas y hierba. Porque una noche que auguraba muerte ha acabado convirtiéndose en todo un canto a la vida iluminado por la luz artificial de una vieja farola que, una vez cumplida su misión, se apaga con las primeras luces del nuevo día y, risueña, desaparece. 

La foto quizá no sea la típica estampa navideña pero me ha gustado tanto que, esperando que también os encandile, se la tomo prestada a la fotógrafa TaniaVdB para ilustrar nuestro relato navideño. Y es que, más allá de lo superfluo y de lo prescindible, la Navidad es simple, puro y generoso amor.

Cuento original publicado en Facebook @congatosloloco (24/12/2017)

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