Cuando el amor gatuno salta por la ventana...

Érase una vez una pareja de humanos que convivía con dos gatos, Noa y Wi. No hacía mucho habían sufrido una terrible pérdida y llevaban meses muy tristes así que, sin consultarle nada a sus felinos, decidieron que ya era el momento de que la alegría volviera a correr por la casa. Pero... ¿cómo? Después de pensarlo mucho, lo tuvieron claro. ¿O acaso hay algo más feliz que la llegada de un nuevo miembro a un hogar? ¡Una adopción, sin duda, era la respuesta! ¡Aire fresco, savia nueva! ¡Renovación de ilusiones, energías y proyectos! ¡Menuda sorpresa para los peques que un gatete nuevo llegara a la famila! ¡Iba a ser genial!

Y así, tal como lo pensaron lo hicieron y contactaron con la protectora Bigote de Gato en busca del nuevo integrante de la unidad familiar, uno al que poder achuchar, querer y cuidar, uno que se convirtiera en colega, camarada y compinche de los gatos residentes en casa, uno junto al que iniciar un nuevo capítulo de una bonita historia. Y así es como Nuit, un michi rocanrolero, zascandil y alegre llegó a sus vidas. Y le llamaron Luke porque pensaron que ese nombre le iba a traer suerte. ¡Qué bien! ¡Un Skywalker en la familia! ¿Acaso podían pedir algo más?

Nuestro Luke 💕

Lástima que el ansiado amor gatuno saltara por la ventana justo mientras estaban en plena fase de presentaciones y adaptación y no llegara a cuajar a pesar del enriquecimiento ambiental, de los protocolos de presentación, de la habitación refugio, de la paciencia extra, de las horas de juego, de los suplementos tranquilizantes, de las viandas ricas, de la música relajante, de la psicología felina y de los ríos de feromonas. ¿Qué fue lo que falló? ¿En qué nos equivocamos? ¡Quién sabe! Noa no aceptó a Luke en ningún momento. Es lo que tienen las gatas viejunas, que son muy suyas y le ponen pegas a todo: que si se come mi comida, que si me molesta que esté cerca, que si ha osado darme un manotazo... Fue tal el disgusto que la embargó que su cuerpecillo no pudo resistir tanto estrés y terminó poniéndose muy enferma, tanto que hubo que correr al veterinario unas cuantas veces, incluso a horas intempestivas, para que terminaran diagnosticándole que ella de novedades no quería saber nada de nada. La reacción de Wi, tímido y temeroso, fue igualmente de rechazo pero con estilo propio: él optó por esconderse durante días, que el gato nuevo le daba susto. Y cuando por fin salió fue con la única y concienzuda intención de mearlo todo. ABSOLUTAMENTE TODO. No se salvaron las paredes, ni el sofá, ni las camas, ni las cortinas, ni los transportines, ni las cuevitas del rascador, ni las estanterías llenas de libros, ni la vieja camita de Elmo, ni las macetas de la terraza, ni la torre del ordenador, ni los enchufes del estudio, ni los ositos de peluche, ni el cajón de los juego de mesa. Todo quedó marcado literalmente por su rechazo, dejando clara su negativa a hacer nuevos amigos. Y mientras todo esto ocurría, el pequeño Luke permanecía aislado, sin entender a cuenta de qué le habían llevado a una casa tan horrible en la que sí, muchas caricias, muchos juguetes, muchas chuches, pero en la que ningún gato quería saber nada de él y en la que pasaba horas y horas en soledad. ¿Por qué? ¿Qué había hecho él?

Luke, soñando con ratoncitos 🐁

Ante tamaño embrollo, agotados, afligidos y ya sin saber qué hacer, los humanos decidieron dejar de lado su proyecto idílico para escuchar atentamente, esta vez sí, lo que en realidad deseaban los tres gatos.

-¿Qué queréis, pequeños? ¿Cómo podemos arreglar este lío que hemos provocado? 

-Yo no quiero estar enferma.

-Yo no quiero tener miedo.

-Y yo no quiero sentirme solo.

Podían decirlo más alto pero no más claro. Nadie se sentía feliz y tanta infelicidad enrarecía los ánimos, las relaciones y el ambiente. Cuando por fin comprendieron lo que ocurría, los humanos, embargados por la pena pero decididos a resolver el entuerto, se cogieron de la mano y se enfrentaron como la familia que eran a una decisión dolorosa pero necesaria si querían devolverle a Luke su alegría, a Noa su salud y a Wi su equilibrio.

Y fue así, justo así, como Luke volvió a ser Nuit bañado entre lágrimas una fría mañana de enero. 

Y ronroneo ronroneado, este cuento con gatos se ha terminado.

Luke, conquistando el rascador de la galería 💪

¡Ay, lectores! Ojalá este relato tuviera un final diferente. ¡Ya me gustaría a mí! Pero lo que pasó, pasó y no podemos cambiarlo. Resulta que sí, que intentamos adoptar un gatete al que llamamos Luke allá por noviembre y en pleno proceso de adopción nuestra Noa, seguramente por el estrés, enfermó. Sus casi 17 años pesan y el tratamiento se nos hizo muy cuesta arriba, con muchas pruebas y muchos efectos secundarios, tantos que lejos de mejorar cada día la gordita estaba peor, llegando a un punto en el que los veterinarios nos aconsejaron limitar la presencia del estresor (es decir, de Luke) como la mejor opción para lograr que se recuperara. Si a esto le añadimos que Wi no sintió nada de buen feeling por el recién llegado, del que huía como alma que lleva el diablo, y que se volvió huraño y esquivo incluso con nosotros, el drama está completo. Lo de hacerse pipí por toda la casa no fue más que la guinda de una situación desalentadora la mirásemos como la mirásemos jalonada por aullidos espeluznantes, agresividad redirigida, autolesiones por lamido excesivo... ¿Para qué seguir? Inevitablemente, se creó una dinámica de casa de puertas que se cerraban y se abrían propia de Los Otros (la peli de Amenábar) en la que unos se quedaban encerrados a regañadientes para que Luke saliera un rato y viceversa: fue de locos. Es por eso que, ante una nueva recaída de Noa en enero, tuvimos que tomar la dolorosa decisión de volver a llevar al granujilla de Luke con su clan bigotudo al refugio, que hay veces que la cruda realidad se conjura para llevarnos la contra y por mucho que lo desees, por mucho que te empeñes, no queda más alternativa que tragarse el sapo y rezar para que los daños no sean irreversibles 😢

Luke descansando con la gorila Gloria 😽

Conste que la experiencia, difícil como ninguna, puede entenderse como un absoluto fracaso o como toda una lección de humildad. Nuestros gatos son sabios y nos dicen muchas cosas, más de las que nos imaginamos, más de las que querríamos escuchar. Pero, eso sí, para entenderles hay que estar atentos a lo que nos dicen, dándoles la oportunidad de expresarse y, por supuesto, estando dispuestos a comprender y a respetar lo que nos cuentan. Nosotros, a partir de ahora, ya os digo yo que seremos todo oídos. ¿Qué remedio? Que quererles también es querer lo mejor a su lado. Siempre a su lado.

Y bueno, a modo de epílogo os contaré que Luke, según nos comentan desde Bigote de Gato, está bien, que los primeros días tras su retorno se sintió desubicado 😓 pero que poco a poco se ha ido adaptando de nuevo al refugio con sus compañeros. En el par de meses que estuvo con nosotros aprendimos a quererle muchísimo pero ni nos atrevemos a ir a verle, preferimos que nos olvide y pase página aunque, como tampoco queremos perder el contacto del todo, ahora nos hemos convertido en sus padrinos para ayudarle desde la distancia en lo que necesite, incluso en la aventura de encontrar el buen hogar que un gatete como él, sin duda, merece. ¡Ojalá pronto la vida le sonría y podamos contároslo! En cuanto a Noa y a Wi, puedo deciros que van tirando: ella, superando achaques despacito, recuperando energías y peso tras la convalecencia y él reaprendiendo a confiar en nosotros, a convivir con sus miedos y evolucionando en su manera de expresarlos: sigue marcando esporádicamente y ha empezado a mordisquear telas, veremos cómo nos enfrentamos a todo esto. Eso sí, lo haremos sin meterle prisa y sin imponerle nada. ¿O acaso no tenemos toda la vida para aprender a entendernos?

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