Siempre a mi lado...

No, no soy madre.

Bueno, para ser exactos, no soy madre de humanos porque en realidad y desde hace años soy algo así como una extraña mamá gata de cuatro hermosos gatos a los que quiero con locura y que, salvando las distancias y sin ánimo de ofender a ninguna mamá humana, no dejan de ser en cierto sentido una especie de hijitos peludos, un compromiso para siempre, una alegría constante, un desvelo de vez en cuando, una extraña versión de familia propia de esta vida moderna. Y sí, ya sé que yo no debo preocuparme por las actividades extraescolares de cada tarde, ni por enseñarles a cruzar cuando el semáforo está verde, ni por el parque de atracciones que visitaremos al final del verano, ni por que se pongan casco al montar en patines, ni por el bullying, las salidas de marcha, las copas, el tabaco y las drogas, ni por si llegan o no a matricularse en la universidad pero... Si lo que importa es el sentimiento ya os digo yo que un ramalazo aunque sea somero de maternidad ilumina la relación que nosotros compartimos. Convivencia. Comida. Higiene. Respeto. Limpieza. Salud. Complicidad. Guiños. Cariño. Compromiso. Sueños. Juego. Amor. Y así cada día.

Perdonad. ¿Antes he dicho cuatro gatos? Vaya, ya me ha vuelto a fallar la cuenta, cosas de lo relativo del tiempo. Y es que, por desgracia, hace cinco años perdí a uno y hace cosa de un mes a otro, con lo que ahora solo quedan dos de mis peculiares retoños a mi vera, que aunque los llevaba por la vida bien cogiditos de la mano, el cáncer me quitó al primero y la vorágine de lo repentino me ha arrebatado al otro y os juro que todavía me cuesta decir que ya no están. Así pues, una vez tuve cuatro gatos. Ahora solo me quedan dos y un baúl lleno de buenos recuerdos. Y aunque el trago con sabor a ausencia es amargo, sigo adelante por los que están. Porque mis dos peluditos también lo están pasando mal y yo solo puedo pensar en pintarme una sonrisa en la cara cada mañana para que ellos lo noten menos.

Siempre juntos... Ilustración de Tascha Parkinson.


Lo dicho. No soy madre de las de verdad, soy otra cosa, quizá no más que una intrusa en un día tan entrañable como este. Rara para muchos, extravagante para otros, simplemente una loca (de los gatos) para todos los demás. Pero quiero aprovechar este domingo radiante para contaros que siempre iré de la mano junto a mis pequeños, lo más parecido a hijos que tengo ahora mismo en mi vida, hasta el final y que siempre, siempre, siempre estarán a mi lado. Esa fue mi promesa y esa es la que mantengo. Y así será hasta las estrellas y más allá. Ad astra...

¡Mecachis! ¿Dónde habré metido hoy el dichoso lápiz de color con el que perfilo la sonrisa que me pinto cada día? Porque hoy parece que solo os traigo un torbellino de sentimientos torvos y revueltos, que aunque dicen que el tiempo lo cura todo ahora mismo, con una herida reciente que reabre la más antigua, no lo noto y la celebración de la jornada va a ser difícil. Menos mal que cuando el sol caiga y las estrellas cuelguen del terciopelo del cielo, al menos sé que dos luceros felinos, uno grande y azul y otro naranja y pirata, iluminarán mis pasos y los de los que aún caminan aquí abajo conmigo. Será cuestión de esperar a la noche para volver a sonreír.

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