Aquella mañana, después de que su humana hubiera salido por la puerta muy seria, el pequeño Simón se asomó a la ventana para consultar con Patty, la gata blanca del piso de enfrente. Ella era mayor, solo unos meses, pero seguro que tenía una respuesta. Seguro que podía ayudarle con su problema. - Patty, mi humana ha perdido su sonrisa. ¿Qué puedo hacer? - Tranquilo, Simón, eso es algo que a veces ocurre. ¡Cosas de personas! Ahora tu misión como gato casero es encontrarla. - ¿A mi humana? - No, a su sonrisa. Y Simón entró en su casa dispuesto a cumplir con su tarea y encontrar la sonrisa desaparecida. Y la buscó, vamos si lo hizo. Empezó mirando debajo del sofá entre pelusas, ratones, pelotas y cascabeles. Pero allí lo único que encontró fue un estornudo. ¡Aaaaaaachís! Y la buscó tan concienzudamente como pudo en el comedero de la cocina hasta que, pienso tras pienso y con la boca llena, llegó al fondo del cacharro. Pero allí tampoco la encontró. "¿Qué tal si miro en el armario del
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